Lo imposible








Nota: Este artículo se publicó también en Capital Humano

Hace tan sólo unas semanas que ahora nos parecen muy lejanas, la “gestión de personas” en las organizaciones transcurría despreocupadamente con sus ritmos y dinámicas habituales. La atención de la mayoría de los equipos de Recursos Humanos estaba centrada por aquel entonces en atraer a los mejores profesionales, crear un buen clima laboral, gestionar planes de formación y por supuesto mantener engrasada la maquinaria administrativa que siempre requiere tener empleados en nómina.

Algunas organizaciones más avanzadas se esforzaban además por llevar a cabo proyectos de ‘transformación cultural’ o quizá incluso programas de Reskilling ante las perspectivas que el futuro del trabajo y la llegada de los robots nos dejaban entrever.

Mientras tanto, por aquí nos tomamos las noticias que llegaban de Oriente, como si no fueran con nosotros. En Wuhan, un lugar en el mapa que descubrimos entonces, un extraño virus estaba generando miles de muertos y encerrando a millones de ciudadanos en sus casas. Nos preocupamos un poco por el abastecimiento de nuestras fábricas, pero seguimos con lo nuestro. Al fin y al cabo, China es un país muy distinto y estas cosas, ya se sabe, siempre les ocurren a los demás.

Y entonces todo cambió.


Apenas tuvimos tiempo de interiorizar lo que estaba pasando en la más cercana Italia y qué era eso que salía en las noticias con el nombre tan exótico de “Coronavirus”, cuando los acontecimientos empezaron a sucederse, también aquí, a toda velocidad: ante las cifras de contagiados y nuestras primeras víctimas, se cancelaron reuniones y viajes que nos parecían ineludibles. La suspensión del Mobile World Congress en Barcelona fue uno de los primeros mazazos que nos despertó de nuestro letargo. Un abrir y cerrar de ojos después, cerraron los colegios y las tiendas. Finalmente se decretó oficialmente el estado de alarma y se confinó a todo el mundo en su casa.  

Todo esto ocurrió en unas pocas semanas. Sin tiempo para digerirlo y con una sensación de irrealidad, nos encontramos habitando el escenario de una mala película de ciencia ficción.

Aunque quizá ya nos hemos acostumbrado un poco a vivir en un permanente estado de crisis, la tormenta económica del 2008, el lío del Brexit británico, las vicisitudes de la política local o incluso, las dramáticas embestidas del terrorismo global, parecen menguar ante las curvas exponenciales de este microbio descontrolado.

En el entorno empresarial, tras años de hablar de entornos VUCA o de los cisnes negros de Taleb, finalmente pudimos sentir esta vez en primera persona y más allá de los powerpoints, lo que de verdad significa la palabra disrupción. 

Aunque algunos visionarios como Bill Gates nos habían avisado antes, la mayoría no lo vimos venir. La mejor prueba de ello es el informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial publicado pocos días antes del estallido de la epidemia, que daba poca importancia a esta posibilidad.

Pero también otras muchas cosas, más allá de una infección global, nos parecían imposibles hace unas semanas.

La digitalización de las empresas avanzaba a la velocidad exasperantemente lenta que permitía un siempre disponible contacto físico. Anacronismos como el envío de facturas en papel, los contratos firmados con tinta azul o los pagos con cheque bancario continúan aún en esta segunda década del siglo XXI siendo más comunes de lo que parece. Digitalizarnos más rápido era considerado por un motivo u otro … imposible.

El teletrabajo era una opción reservada a unos pocos y para uso puntual. Las empresas llevaban años poniendo en marcha ‘proyectos piloto’ que quedaban parados por el miedo de sus líderes a perder productividad, dudas sobre la seguridad de los sistemas de información o la dificultad para lograr cumplir con una legislación mucho más pensada para trabajar en la oficina. ¿Teletrabajo para todos? ¡También Imposible!

Algo muy parecido a la poca flexibilidad para escoger el lugar dónde trabajar, ocurría para escoger el momento. Ser una empresa flexible hace unas semanas consistía en permitir llegar a la oficina una hora antes o después de la establecida. Combinar el trabajo con las tareas domésticas o el cuidado de niños o mayores, tampoco era considerado viable. Lo lógico era solicitar una ‘reducción de jornada’ especialmente si eras mujer.

Adaptar rápidamente los procesos de una empresa sin largos y costosos proyectos de ‘gestión del cambio’ también era considerado una locura. Implantar un nuevo sistema de software o usar una metodología distinta era como subir al Everest sin oxígeno. 

Otros ‘imposibles’ eran más sutiles y profundos: La crema del pastel de las políticas de desarrollo de personas, la mayor inversión en formación y por supuesto la mejor compensación se destina normalmente a una pequeña élite en la organización. Muchas personas en primera línea como las cajeras de los supermercados, los camioneros, los repartidores o el personal sanitario de base eran hace unos días simplemente invisibles para gran parte de la sociedad y a veces para sus propias organizaciones. 

Incluso para los trabajos más duros, como algunas tareas agrícolas, siempre había una inagotable masa de inmigrantes aún más anónima dispuesta a hacer el trabajo. Que algún día faltara personal para hacer estos trabajos, también nos parecía impensable.

A un nivel social, también era imposible pensar en mecanismos de protección como una ‘renta básica’ que proporcione una red mínima de seguridad a las personas pasando por dificultades económicas. Solamente mencionar esta posibilidad hubiera sido considerado un mensaje demasiado radical en la mayoría de foros empresariales hace tan sólo unas semanas.

Todo esto que era imposible, pasó de la noche a la mañana al terreno de la realidad. A pesar de su minúsculo tamaño, el virus logró derribar barreras antes insuperables.

Ante la imposición del confinamiento, las empresas se vieron obligadas de golpe a abrazar la digitalización. En pocos días ya era posible cerrar contratos mediante firma digital o pagar por transferencia. 

También el teletrabajo, aunque en condiciones no ideales, se hizo posible. Los directivos que unos días antes se negaban a permitir esta posibilidad, se encontraron ante el reto de tener que gestionar equipos a través de videoconferencia y usar aquellas herramientas de colaboración que, en realidad, siempre habían evitado para sí mismos.  SkypeZoom, Teams o Hangouts empezaron a ser palabras de uso común casi tan conocidas como Coronavirus.

Ver aparecer a un niño en una reunión virtual de trabajo o tener que interrumpir una agradable conversación con los compañeros para hacer la comida ya no resultaba tan extraño. Muchos hombres entendieron lo que significaba eso de la conciliación.

Conseguimos adaptar algunos procesos de muchas empresas para restablecer las cadenas de suministro rotas y relacionarnos con clientes o proveedores a distancia. Incluso fuimos capaces de lograr que cadenas de producción que un día fabricaban exclusivamente coches, al siguiente fueran capaces de crear el equipamiento médico que se necesita con urgencia. ¡Incluso pusimos en marcha en pocos días un hospital con miles de camas en un pabellón ferial!

También salimos todos los días a aplaudir desde las ventanas la labor de esas personas antes invisibles y muchas veces precarizadas, a la vez que descubrimos que quizá nuestro importantísimo trabajo, al llegar este momento de la verdad, no era considerado esencial y nos tocaba quedarnos en casa alejados de la acción.

Y frente a la demagogia de algunos, el cierre de las fronteras nos hizo valorar el papel que los inmigrantes juegan en nuestra economía e incluso hemos visto incluso a políticos hablar sobre la posibilidad de implementar una renta básica, al menos mientras dure esta crisis.

Las organizaciones que hayan sido capaces de adaptarse sobrevivirán a esta tormenta, aunque seguro que vendrán más. No faltan los nubarrones en el horizonte:  podría ser otra pandemia, el siempre amenazante cambio climático o la plaga de langostas que está ahora mismo invadiendo ciertas zonas de África (¿estás pensando que estos ‘bichos’ no pueden llegar a Europa, ¿cierto?).

Si este maldito virus nos va a dejar algo bueno, es entender realmente el valor que tienen la anticipación y la agilidad para las organizaciones, así como la certeza de que somos capaces de hacer muchas cosas si realmente nos lo proponemos. 

Y aún queda mucho trabajo por hacer. Cuando esto termine, la profunda crisis económica que derivará del hecho de haber detenido en seco la economía volverá a poner a las organizaciones en otro momento de la verdad. Además de su capacidad de adaptación, se pondrá entonces a prueba el compromiso con su equipo y con la sociedad en general. 

Las áreas de Recursos Humanos se encontrarán ante el desafío de aportar el valor y la creatividad que requerirán las situaciones complicadas que nos esperan. 

No va a ser fácil, pero ya hemos hecho lo imposible.

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