Trabajadores aumentados
En el mundo de la ‘carrera
contra las máquinas’, en la que ya parece claro que los robots y la
inteligencia artificial amenazan muchos de los trabajos que hoy en día desempeñamos,
cada vez se vislumbra más claramente una posible alternativa basada más en la
cooperación: la combinación del humano con la máquina, intentando así obtener
lo mejor de ambos.
Bienvenidos a la era de los ‘trabajadores
aumentados’.
Algunas innovaciones en este
sentido buscan combinar la fuerza de las máquinas con la flexibilidad de los
humanos: General Motors anunció recientemente que dotaría a algunos de sus operarios
de fábrica con una especie de guante desarrollado conjuntamente con la NASA que
les proporciona una fuerza inusitada, y compañías como Panasonic van aún más
allá proporcionando completos exoesqueletos mecánicos a sus trabajadores que
les permiten transportar sin esfuerzo pesadas cargas.
A diferencia de las
anteriores revoluciones industriales en las que las nuevas máquinas aportaban únicamente
fuerza física, la tecnología del siglo XXI es capaz de traer consigo también inteligencia y un volumen de información que nuestras limitadas memorias no
pueden retener. Por ejemplo, los visores de realidad aumentada, permiten a los
ingenieros pasearse por un edificio ‘viendo’ simultáneamente los datos de los
planos o las instalaciones ocultas tras sus paredes.
Hasta aquí, quizá podríamos
decir que se trata de las ‘herramientas’ del siglo XXI, un poco más sofisticadas,
pero herramientas al fin y al cabo. En cierta manera, un martillo también ‘aumentaba’
a un humano ¿no?
Mucho más inquietante es
cuando los ‘wearables’ (la tecnología que nos ponemos encima) dejan paso a los llamados ‘insideables’
(la tecnología que implantamos directamente en el interior nuestros cuerpos).
Eso es lo que hicieron algunos
de los residentes en un centro de ‘coworking’ en Estocolmo al implantarse un chip bajo la piel de la palma de la mano. Con estos dispositivos digitales que
les identifican en su cuerpo les resulta más fácil abrir las puertas, usar las
impresoras, intercambiar credenciales o pagar en la cafetería… (Nota: Si por
casualidad estás por allí esta misma semana te animan a implantarte el chip a
la vez que pruebas un whisky…).
¿Te parece muy fuerte?
Hace ya algún tiempo que
algunos abogan por la fusión humano-máquina. El primer ‘cyborg’ reconocido por
un gobierno fue Neil Harbisson, el británico criado cerca de Barcelona que lo
logró cuando la administración británica aceptó su foto para el pasaporte con el
implante sobre la cabeza que le permite oír los colores al convertir las frecuencias de luz en
sonidos (Harbisson tiene una enfermedad que le obliga a ver en blanco y negro).
Ahora, el acceso universal a
la información y a estas tecnologías está aumentando la efervescencia del movimiento
biohacker, el ‘hazlo tú mismo’ aplicado
a la biología que está lanzando a muchas personas a experimentar con sus
propios cuerpos, conectándolos con dispositivos digitales y generando
innovaciones que poco a poco van volviéndose más aceptables para el público en
general.
En este movimiento se
incluyen desde simples aficionados a la biología y a la electrónica hasta verdaderos convencidos
del transhumanismo.
De la misma manera que estos
movimientos hacker en principio minoritarios
han ayudado a popularizar tecnologías como el software libre o la impresión 3D,
ahora pueden facilitar la adopción de estas ‘mejoras’ de nuestros cuerpos. Recientemente,
un estudio en el que han participado investigadores españoles, empieza a
mostrar un significativo grado de aceptación en el uso de estos implantes.
Si insertarse un chip en la
mano, a primera vista puede parecer invasivo, choca aún más cuando ya se
empieza a trastear con el cerebro: la estimulación transcraneal directa (tDCS),
se usa hace un tiempo para aplicaciones médicas o militares e incluso ha
demostrado mejorar el aprendizaje de pilotos de vuelo. Ahora, esta tecnología está
empezando ya a llegar al gran público: Por ejemplo, el pequeño dispositivo Thync,
que tiene previsto salir al mercado esta primavera, promete incidir en el
estado de ánimo o mejorar la capacidad de concentración de sus usuarios.
Esta colaboración funciona
también en sentido contrario: Una compañía canadiense está usando por su parte a humanos
para mejorar la inteligencia artificial de los robots (aprendizaje asistido por humanos).
¿Hasta dónde podemos llegar
con esta fusión con las máquinas? ¿La unión de personas con la tecnología ha
venido para quedarse o más bien se tratará de una ‘transición temporal’ hasta
que la tecnología sea capaz de reemplazar totalmente al humano?
El visionario de Silicon
Valley Elon Musk, apuesta por esta alternativa y aboga directamente por mejorar
digitalmente los cerebros humanos para continuar siendo relevantes en un futuro
plagado de inteligencia artificial.
Lo que me parece seguro es
que la llegada de toda esta nueva tecnología que permitirá ‘aumentar’ a los
trabajadores, planteará en poco tiempo nuevas cuestiones y retos. Por citar
solamente algunos que se me ocurren:
- ¿Tendrá derecho una empresa a pedir que un trabajador se ‘aumente’ por ejemplo implantándose un chip?
- ¿Un trabajador que posea una de estas mejoras, optará a puestos de trabajo mejor remunerados que otro que sea simplemente ‘humano’? ¿Quién tendrá la propiedad de las mejoras?
- ¿El tradicional ‘desarrollo de personas’ en RRHH, deberá empezar a incluir una parte de ‘hardware’ ya que tiene el potencial de acelerar mucho las mejoras en el rendimiento?
Vivimos tiempos alucinantes.
Ya me diréis qué opináis…
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Mira esta noticia https://empleoyes.com/los-robots-acabaran-con-los-puestos-de-trabajo/
ResponderEliminarLa verdad como veo el mundo en 20 años nadie trabajará, las empresas van a preferir a las maquinas que a los trabajadores