Contra el trabajo por filosofía
Quizá
por el hecho de regresar a la rutina
después de las vacaciones de Navidad, mientras deambulaba por una librería, la
mirada se me clavó –cosas del subconsciente- en un librito llamado ‘Contra el trabajo’ (ed. Tumbona ediciones). El
diminutivo no pretende ser despectivo: físicamente casi se puede encajar en la
palma de la mano y tiene menos de cien páginas.
Recoge
una breve recopilación de escritos de algunos filósofos de varias épocas contra
la ‘ética del esfuerzo’ de la que tanto se habla hoy. Resumo aquí algunos
pensamientos que me han parecido interesantes y que, a pesar de estar escritos
hace muchos años, siguen pareciendo actuales.
Séneca (4 a.c-65 d.c) en ‘Sobre la brevedad de la vida’ abogaba ya
hace unos cuantos siglos por vivir el
presente: “Nos perdemos el ahora por
estar pendientes del mañana” (suena
a moderno, eh?) y así critica a los que siempre andan ‘ocupados’ pendientes del
mañana : “La vida más breve y acongojada
es la de aquellos que se olvidan del pasado, descuidan el presente y temen el
futuro”.
En
un tiempo en que el trabajo realmente duro se reservaba para los esclavos, Séneca
incluye en este grupo a quienes viven atareados
en la superficialidad (“Llamas tú
ocioso al que con solicitud angustiosa colecciona bronces de Corinto?”), considerando
que los únicos que viven como merece la pena hacerlo son aquellos que se
dedican a la sabiduría: ‘¿Porqué no,
desde este breve y caduco tránsito del tiempo, nos entregamos en cuerpo y alma
a todo lo que es inmenso, eterno, a lo que nos emparienta con los mejores?’.
En
el caso del inglés Samuel Johnson, por
lo visto conocido además de por su pensamiento también por no ser demasiado laborioso,
se han seleccionado para el libro un par de ensayos sobre el ocio publicados en
1758 en los que defiende que “todo ser
humano es, o aspira a ser, un ocioso’. Al fin y al cabo, argumenta, la ‘condición
ociosa es el último fin de estar ocupado’. Me ha hecho pensar en cuantas personas
trabajan duramente para acumular riqueza y así poder dedicarse a aquello que
realmente les apetecería hacer… el día que se jubilen!
Johnson
entiende la felicidad como la ausencia de dolor y por tanto para ser feliz
habría que estar ocioso: ‘siempre he
visto a la indolencia y al ocio como la misma cosa’. Aunque hay
que tener en cuenta que Johnson vivió en la Inglaterra del S.XVIII donde la
revolución industrial resultó en unas condiciones de trabajo realmente duras, esta
contraposición del trabajo con la
felicidad está todavía firmemente
anclada en nuestra cultura, por ejemplo en el origen de la palabra “Negocio” (Nec Otium = No Ocio). Incluso mucho peor
es el caso de la propia palabra ‘trabajo’, cuya etimología hay que buscarla en
el latín ‘Tripaliare’, un yugo de tres palos a los cuales se ataba a los
esclavos para azotarlos.
Nietsche (1844-1900) también veía al ‘trabajo como un medio, no un fin en si mismo’ y por tanto defendía la búsqueda
de un trabajo que proporcione placer aunque esto requiera que ‘…esta indolencia se acompañe de penurias,
deshonor, riesgos para la salud y la vida’. Lo contrario, trabajar sin
placer, lo consideraba ‘una vulgaridad’.
Se quejaba de los tiempos que le tocó vivir en el final del s.XIX: “Se ha llegado al exceso de avergonzarnos del
reposo…. Es preferible hacer
cualquier cosa antes que nada” y se lamentaba de lo que se perdía con esa
velocidad que empezaba a verse en la sociedad: “Ahora la auténtica virtud es hacer las cosas en menos tiempo que los
demás…. ya no se tiene tiempo ni
vigor para las ceremonias’. Más de un siglo antes de la llegada de Whatsapp
y los emoticonos, se quejaba ya de que las cartas se escribían de acuerdo a esa
exigencia de tiempo, con lo que llamaba ‘tosca
sencillez’. Hubiera sido interesante
ver cómo habría transmitido sus pensamientos en los 140 caracteres de Twitter…
En
su ensayo de 1932 , Elogio de la Holgazanería, Bertrand Russell (1872-1970) atacaba a la organización social que emanaba de una ética del trabajo que
beneficiaba a unos pocos: “…el concepto del deber ha sido un medio empleado
por los poderosos para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos
más que para el suyo propio”. Russell, que vivió en los inicios del siglo
XX donde la tecnología parecía que iba a hacerlo todo posible, anticipaba que la
automatización de las tareas iba a liberarnos del trabajo: “La técnica moderna ha hecho posible que el
ocio no sea prerrogativa de las pequeñas clases privilegiadas… la moral del
trabajo es la moral del esclavo, pero el mundo moderno ya no tiene necesidad de
esclavitud”. Apostaba por tanto por una ‘reducción organizada del trabajo’
consistente en ajustar las jornadas a 4
horas – suficientes para producir lo necesario con la tecnología existente-, lo que habría de permitir que el trabajo
alcanzara para todos.
Incluso
esperaba que una mayor cantidad de ocio redundaría en que “los hombres y las mujeres al tener la oportunidad de una vida feliz,
llegarán a ser más bondadosos… la afición a las guerras también desaparecerá”.
Es
revelador constatar como hoy en día, esta automatización es más bien vista como
amenaza que como oportunidad liberadora.
En su obra de 1951 ‘Minima Moralia’, Theodor W. Adorno se quejaba de las
barreras que separan el trabajo del ocio (“Work
while you work, Play while you play”) , así como de la epidemia de ‘premura, nerviosismo e inestabilidad’ en
la que ‘todos tienen siempre algo que
hacer’. Incluso el trabajo intelectual “se
lleva a cabo con mala consciencia, como si fuera algo robado a alguna ocupación
urgente’.
Esto
no ha ido a menos. Pensemos en lo que cuesta reunir a un equipo directivo para
que reflexionen, o lo siempre ocupados que están un gran número de
directores/as generales para los que nunca hay un momento para dedicar a pensar
en el largo plazo (aunque sea respecto a la propia empresa en la que trabajan).
En el último de los fragmentos seleccionados para el libro, Emil Cioran (1911-1995) criticaba que
el trabajo se ha convertido en un objetivo en si mismo, en algo que nos separa
del crecimiento interior, de lo que debería ser ‘una actividad de transfiguración permanente”, una manera de ‘abandonar el yo interior’. Escribió: “El trabajo desplaza el centro de interés del
hombre de lo subjetivo a lo objetivo …el hombre no se hace a sí mismo a través
del trabajo, hace cosas”. Por eso, prefería ‘una pereza inteligente y observadora a una actividad intolerable y
terrorífica’.
¿Os ha hecho pensar?….
Ilustración: La Siesta (Martí Alsina)
Para seguir actualizado sobre el futuro del trabajo, puedes seguirme en twitter
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I tanto que hace pensar. Creo que vivimos en la cultura de la avaricia: acumulación de riqueza, acumulación de privilegios, acumulación de trabajo. Las máquinas no nos liberan de la esclavitud del trabajo porque el poco trabajo que quede no se reparte equitativamente sinó que se prevé que lo acapare una minoría dejando a la mayoría a la intemperie. ¿Como evitarlo cuando al mismo tiempo las organización social ha caido en el burocratismo y el desprestigio?
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