El cambio climático y el futuro del trabajo
El movimiento FridaysForFuture, impulsado por la joven activista noruega Greta Thunberg,recientemente nominada al premio Nobel de la Paz, constituye la última muestra de la creciente reacción de la sociedad ante el deterioro del medioambiente y más en particular a los efectos del cambio climático. En esta ocasión son los más jóvenes los que lideran un movimiento que con toda probabilidad irá a más en los próximos años. Los herederos del planeta están tomando consciencia del estado en que se lo hemos dejado y no les gusta nada.
Empezamos ya a comprender como funcionaba el calentamiento global a finales del siglo XIX (como curiosidad, uno de los primeros en levantar la alarma fue el científico Svante Arrhenius, un lejano pariente de Greta). Desde entonces, hemos acumulado décadas de pruebas que demuestran sin lugar a duda que este peligroso mecanismo está en marcha.
A pesar de los esfuerzos de algunos negacionistas tan relevantes como el propio presidente Donald Trump, el consenso en la comunidad científica es total, siendo respaldado por un 97% de los científicos dedicados a estudiar al clima que tienen muy clara la principal causa del problema: la emisión de gases de efecto invernadero, cuyo miembro más significativo es el CO2generado al quemar combustibles fósiles. Estos gases generados en nuestra actividad diaria, al acumularse en la atmosfera, impiden al calor escapar del planeta incrementando la temperatura global poco a poco.
Hemos estado emitiendo cada vez más gases de este tipo y, a pesar de la lista creciente de señales de aviso, no hemos sido capaces de cambiar la tendencia. Más bien al contrario, hemos alcanzado en 2018 el récord de emisiones de CO2 incumpliendo flagrantemente con los Acuerdos de París que en 2015 parecían arrojar un rayo de esperanza.
Como consecuencia, la temperatura promedio del planeta ha aumentado prácticamente un grado desde 1900. Esto puede parecer poco a primera vista, pero estamos muy cerca de los 1,5ºC de aumento que se considera el límite de seguridad para minimizar los impactos más graves, según el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) de Octubre 2018. Algunos científicos ya nos advierten incluso que podemos cruzar esa peligrosa línea en una fecha tan cercana como 2030.
Las consecuencias previstas a nivel mundial son múltiples: episodios atmosféricos extremos, expansión de enfermedades tropicales, aumento del nivel del mar, acidificación de los océanos o desertificación de algunas zonas entre muchas más. En España, uno de los países de la UE con mayor afectación, ya empezamos a notar sus efectos como son los veranos que duran cinco semanas más que en los años 80 o el incremento de 30.000 km2 de la superficie semi-árida del país en este periodo (una extensión equivalente a la de Galicia).
Y entre todos estos efectos, empezamos también a vislumbrar también las consecuencias en el mundo del trabajo, que son también de variada índole.
El 34% de los empleos de la OCDE dependen directamente de la salud de los ecosistemas como la agricultura o la pesca, y muchos otros requieren cierta estabilidad climática para poder garantizar unas condiciones de trabajo adecuadas. Además, otros sectores están relacionados con la meteorología de manera más indirecta como es el caso del turismo, un sector clave para la economía española.
En un reciente informe, la Organización Internacional del Trabajo nos advierte que ya en los primeros quince años del siglo, se han perdido a nivel global 23 millones de años en jornadas de trabajo entre los países miembros del G20 por causas relacionadas con el deterioro medioambiental y que los aumentos de temperatura previstos van a reducir otro 2% las horas de trabajo producidas alrededor del 2030.
Además, el calentamiento global puede situar a algunos lugares bajo condiciones demasiado difíciles, estimulando migraciones de población que por supuesto tienen consecuencias también en el mundo del trabajo.
Aunque no todo son malas noticias. También las tareas de adaptación al nuevo escenario generarán nuevas oportunidades: En 2017 se superó por primera vez la cifra de diez millones de empleados en el sector de las energías renovables, que se espera crezca de manera importante en los próximos años.
Pero en los sectores más vinculados a la ‘vieja economía’ de los combustibles fósiles, van a ser necesarios esfuerzos de reciclaje profesional y ayudas que faciliten el tránsito de los viejos empleos a los nuevos. Los sindicatos han acuñado para ello el término ‘Transición Justa’, que implica proporcionar este soporte a los que pueden quedar atrás, como es el caso del acuerdo alcanzado en España en el caso de los trabajadores del carbón.
Más allá de todos estos efectos a nivel macro en el trabajo, en un momento en que la palabra del año de 2018 del Oxford Dictionary ha sido justamente ‘Toxic’, lo que parece claro es que si las empresas quieren mantenerse conectadas con los más jóvenes– sus futuros empleados y clientes – deberán mostrar sensibilidad por este tema.
En este sentido, la firma de más de 27.000 estudiantes franceses de un manifiesto en el que advierten de lo difícil que les resultaría llevar una vida cuidadosa con el planeta y a la vez trabajar para empresas contaminantes es una llamada de atención.
Si las áreas de gestión de personas de las empresas quieren comprender qué mueve a las nuevas generaciones de las que tanto se habla a veces en términos a menudo superficiales, un buen punto de partida es escuchar a Greta en su charla TED, que finaliza con las palabras: “Todo debe cambiar. Y hay que empezar hoy”.
Este artículo se ha publicado previamente en 'Señales' de Future for Work Institute, donde puedes encontrar mucho más contenido sobre el futuro del trabajo.
Este artículo se ha publicado previamente en 'Señales' de Future for Work Institute, donde puedes encontrar mucho más contenido sobre el futuro del trabajo.
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